
La primera vez que supe de Carlos Pauner fue en el 2003, cuando terribles noticias llegaban desde el corazón de Nepal: este himalayista aragonés se había quedado rezagado del resto de la expedición descendiendo desde la cumbre del Kanchenjunga. Tras dos noches desaparecido y cuando los periódicos ya habían adoptado ese tono dramático propio de las tragedias, reapareció y alcanzó el campo base por sus propios medios. Un verdadero hito de la supervivencia humana a grandes altitudes.
Desde entonces siempre ha sido una figura inspiradora tanto en la montaña como en los viajes, y tuve el placer de conocerle en persona en 2012. En la actualidad, mantengo el contacto con él, y por ello se ha prestado a realizar esta entrevista en la que vamos a adentrarnos en el pasado, presente y futuro de sus proyectos y en sus opiniones personales sobre el alpinismo de hoy en día.
¿Qué retos crees que le quedan al alpinismo ahora que se ha logrado alcanzar la cumbre de los 14 ochomiles en invierno?
De ahora en adelante, el reto puede irse hacia encadenarlos o a la búsqueda de rutas de mayor dificultad, abriendo nuevas vías. El problema de los ochomiles es la falta de oxígeno, que aumenta exponencialmente el riesgo para abrir rutas nuevas y para explorar territorios desconocidos. Para ello se necesitan alpinistas con mucho compromiso y que asuman riesgos extraordinarios. En el Kanchenjunga en 2003, abrimos una nueva vía y no morimos todos porque no era nuestro día, pero rozamos todos los límites. Sin embargo, para ir más allá de las vías clásicas, debes de pasar mucho tiempo en la montaña, invertir tres meses en un entorno hostil a merced del clima y conocer el terreno, y parece que el alpinismo actual apuesta por la velocidad. Se ha perdido por completo el espíritu de la exploración y ahora se busca acortar el tiempo de estancia, e incluso algunos se preparan en una cámara hiperbárica aquí en Europa para llegar aclimatados a trabajar allí, en donde les espera un equipo extraordinario de sherpas. En resumen, se trata de dedicar poco tiempo a la montaña con el objetivo de obtener rápidamente la ansiada foto que publicar en redes sociales y considero que es ridículo jugarse la vida para obtener 10.000 seguidores en Instagram. Lo verdaderamente importante es disfrutar de la montaña, y mucha gente se ha olvidado de ello.
¿Qué hay en la cima?
La cima es el lugar de paso obligado: es la mitad del camino. Es un sitio extraordinario en el que la mente se tiene que concentrar para descender con seguridad. Los accidentes ocurren al bajar, cuando llevas un montón de horas, maltratado por la falta de oxígeno, por el frío extremo, por la falta de agua, por la falta de comida… y es así hasta el campo base, en donde se puede disfrutar por fin al mirar para arriba y decir: ahora sí que he conseguido la cima y me llevo un pedacito de la montaña. Te sientes en armonía tras haber peleado de tú a tú con una montaña que no te lo ha puesto fácil.

En el Kanchenjunga, ¿qué se te pasaba por la cabeza en aquellos momentos de soledad en los que estabas tratando de escapar vivo de sus paredes y glaciares?
Te pongo en situación. En aquel 2003 fui con un equipo muy fuerte y con mucha ambición. Teníamos experiencia y vimos la posibilidad de hacer una ruta nueva, y entonces la montaña nos dio un susto. Durante el descenso se nos echó encima el mal tiempo, en una zona de roca suelta, con pasos de seis grados llevando botas de alpinismo y crampones, y no solo la subimos, sino que también la destrepamos. Cuando me quedé rezagado escogí un camino equivocado y terminé en un terreno absolutamente desconocido. Ahí es cuando tuve que poner en práctica toda esa experiencia de años de montaña y de las 4 o 5 expediciones muy potentes en el Himalaya que tenía en mi historial. Es muy importante no perder la motivación y no abandonar, que es lo más sencillo. Hay que vibrar con cada pequeño triunfo: esta grieta la he conseguido pasar… así que sigo avanzando; no me arrugo cuando todo va mal, aguantó tres días sin beber, tres días sin comer y a 40° grados bajo cero porque confío en que llegaré.
Las alucinaciones me acompañaron desde el primer momento: primero eran auditivas, pero luego ya comencé a ver gente caminando porque el cerebro funciona mal debido a la hipoxia. En una de esas visiones, uno de esos caminantes dio la vuelta a un bloque de hielo y eso me hizo recordar cómo se accedía a la ruta de descenso. Eso no es algo mágico, eso es el cerebro, que, aunque está funcionando mal porque ya no le estás dando el combustible que necesita, es un ordenador perfecto tratando de extraer toda la información posible para que sobrevivas en medio de esa situación onírica e irreal.
¿En qué proyecto andas metido en la actualidad tras los 14 ochomiles y las 7 cumbres?
Las 7 cumbres fue un proyecto muy divertido porque al final me sacó un poco de la rutina del Himalaya. En ese proyecto hay que enfrentarse a retos de otra manera, ya que algunas cumbres no son físicamente tan exigentes pero sí son un desafío en términos logísticos: Indonesia, la Antártida, Alaska… Le tengo mucho cariño a este proyecto porque fue como un soplo de aire fresco. Ahora estoy con El leopardo de las Nieves, que son cinco sietemiles y a su vez, los cinco picos más alto de la antigua Unión Soviética. He ascendido ya el Pico Lenín pero el proyecto está un poco parado principalmente porque me apetece realizar esas ascensiones con amigos cercanos. A ver si logramos coordinarnos porque quiero disfrutar de estas últimas ascensiones a montañas que, además no son nada sencillas: paredones, avalanchas y bastante altitud.

Respecto a los sherpas, ¿qué decir de ellos, que quizás son los mejores montañeros del mundo?
Lo primero que hay que decir es que ellos no tienen ese componente de romanticismo de la montaña que tiene el occidental. Para ellos la montaña es un medio, un trabajo. Los sherpas no entienden la montaña como un sitio donde divertirse porque provienen de otra cultura en la que no se tienen las necesidades básicas cubiertas. El ocio es secundario. De hecho, ellos son los responsables entre comillas de la masificación que está viviendo el himalayismo al montar sus propias compañías.
Al hilo con esto, y perdona que te interrumpa: esa masificación se plasma en fotografías de colas para ascender el Everest o en la gran cantidad de botellas de oxígeno o de residuos que se acumulan en las rutas principales. ¿Es necesario controlar el número de ascensiones a los ochomiles?
No lo tengo claro. Lo que ocurre es que siempre que metemos el control en algo al final lo fastidiamos. Las montañas son reinos de libertad y yo te puedo asegurar que las imágenes que yo veo en la en la televisión de cómo está el Everest no son las que veo cuando voy al Everest. Es muy fácil manipular a una imagen y centrarla en lo que es sensacionalista. En los campos hay residuos sí, pero si escarbas un poco lo que hay son cadáveres. A los montañeros que apenas pueden sacarse a sí mismos de aquellas altitudes no se les puede exigir que bajen su tienda o su botella gastada. ¿Esos residuos qué dañan? ¿Hacen daño a la ecología mundial ¿A la fauna? Allí no vive ninguna especie animal, así que a los que critican eso, les recomiendo que suban a recoger los residuos y que los bajen. A mí allí arriba eso no me molesta porque estoy viendo la grandeza del Everest y ese pequeño foco de basura a grandes altitudes es algo en lo que no me fijo. Eso sí, en los campos base reciclamos las latas, los residuos orgánicos y también las aguas negras. Así pues, hay conciencia ecológica y además cada año suben las tasas e impuestos para este tipo de expediciones.
¿Cómo te ha ayudado el montañismo a la vida cotidiana? ¿Te ha servido para verla más sencilla y a relativizar los pequeños problemas a los que nos enfrentamos en el día a día?
A lo largo de dos décadas he pasado más tiempo allí que aquí y eso te ayuda a diferenciar que es lo importante de verdad, es decir, a valorar lo esencial. Aquí damos cosas por supuestas como la comida en el plato o la educación para nuestros hijos, pero allí no es así. Al tener estos problemas solucionados, en nuestra sociedad occidental buscamos preocupaciones secundarias que no son esencial como que nuestro equipo favorito gane el trofeo o adquirir el último modelo de coche. Eso, por un lado, y por el otro, las montañas te hacen aprender a tomar decisiones y a conocerte a ti mismo. En esas situaciones sale lo mejor y lo peor de las personas y las montañas son como un espejo.
La última pregunta. Además de El Leopardo de las Nieves, ¿tienes algún proyecto más en mente o este puede ser el canto de cisne?
Si consiguiera el Leopardo de las Nieves me sentiría la persona más feliz del mundo porque habría traído a Aragón los 14 ochomiles, las 7 cumbres y el Leopardo. Si yo fuese un perseguidor de récords me dejaría la piel en conseguirlo porque no hay persona en el mundo haya conseguido esas tres cosas, pero como los récords me importan un bledo y prefiero apostar por las sensaciones, voy a ir decidiendo sobre la marcha. Si voy con amigos y disfrutamos de las expediciones, proseguiremos a por una y a por otra cima, pero si en este camino no encuentro a los compañeros de viaje adecuados o yo mismo no tengo la motivación necesaria, el proyecto se quedará inacabado.

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